Literatura. “Los ojos verdes”. Gustavo Adolfo Bécquer
Retrato de Gustavo Adolfo Bécquer. (1862). Valeriano Bécquer (su hermano, 2 años mayor que él).
El padre de ambos, fue, el también pintor, José Domínguez Bécquer. Eran 7 hermanos. Cuando Gustavo Adolfo Bécquer, tenía 10 años, tristemente, ya todos eran huérfanos de padre y madre.
Gustavo Adolfo Bécquer. Sevilla 17 de Febrero de 1836. Madrid, 1870, (tuberculosis a los 34 años de edad). Es uno, de los más importantes y leídos escritores españoles. Cultivó la poesía alcanzando, la más altas cimas del Romanticismo. Su prosa también es de una calidad excepcional.
HORFANDAD Y MUERTE
Huerfano muy pronto. Solo tenía 5 años, cuando José María Domínguez, su padre, que era pintor, y descendía de la nobleza holandesa, fallecía, a la temprana edad de 35 años. Bécquer tenía 7 hermanos; de ellos, él, era de los más jóvenes, había nacido el quinto. Cuando murió su madre, Joaquina Bastida, nuestro protagonista era un niño, de tan solo 10 años. Gustavo Adolfo Bécquer, fallecería también tempranamente, todos su hermanos menos, 2, ya habían abandonado mortalmente, la fugaz vida terrenal.
Gustavo Adolfo Bécquer en su lecho de muerte. Vicente Palmaroli. Óleo de 1870 el año de su deceso.
El escritor español del Romanticismo, que más nos aportó a todos en el arte del amor, tacañamente, solo estuvo entre sus contemporáneos 34 años, y enseguida después de su fallecimiento, sus espirituales versos se hicieron universales, y pasaron…, de boca a boca, de corazón, a corazón.
Los primeros estudios los realizó Gustavo Adolfo Bécquer, en San Antonio Abad y después, y con la intención de ser marino, en San Telmo, pero el colegio cerró, y el rumbo de los vientos siempre caprichosos, rolaron súbitamente, en otra dirección. Bécquer, tras la muerte de su madre se había quedado huérfano de padres, y los diferentes hermanos y él mismo, se dispersaron y acomodaron, en otros lugares…, en otras vidas.
MANUELA MONEHAY, ÁNGEL Y MADRINA
Su madrina, se había casado en la madurez tardía, y no tenía hijos, poseía un comercio; Manuela era una mujer culta, no en vano poseia una extensa biblioteca, donde nuestro joven Bécquer, incansable, pudo leer durante unos dos años, todo lo que le permitió la dictadura del tiempo. Primeramente Manuela Monehay, creyó que lo más conveniente para su ahijado, era que aprendiera el oficio, que ella misma realizaba, mas pronto se dio cuenta, de que el muchacho no era de su mismo parecer, y teniendo en cuenta la ocupación del ya extinto padre, decidió matricularle en clases de pintura con Cabral Bejarano, pero Bécquer pronto abandonaría esta formación, para irse al estudio de pintura de su tío, Joaquín, tambien pintor .
BÉCQUER POETA
Las clases de pintura en el taller de su tío Joaquín, fueron decepcionantes, y al no satisfacer sus propias expectativas, y bajo los auspicios de su tío, que un día le dijo, » Tu no serás nunca un mal pintor sino un mal literato», Bécquer, decidió abandonar definitivamente, los pinceles por la literatura. En uno de sus paseos con sus amigos por la vega del Guadalquivir, empezó en él un pensamiento muy fuerte, una revelación y una obsesión recurrente, la de marchar a Madrid y conquistar allí, con la literatura. los laureles del éxito…
-«Cuando yo tenía catorce o quince años, y mi alma estaba enchida de deseos sin nombre, y de esa esperanza sin limites, que es la más preciada joya de la juventud, cuando yo me juzgaba poeta»
Y sí, se hizo poeta, y de los más grandes, pero no solo escribió poesia. Seguidamente, una pequeña muestra de la enorme categoría de Gustavo Adolfo Bécquer, también como prosista.
LEYENDAS. LOS OJOS VERDES. Herido va un ciervo que escapa. (Escena, Fragmento).
LOS OJOS VERDES
-¡Alto… ! ¡Alto todo el mundo! – gritó Iñigo entonces -. Estaba de Dios que había de marcharse.
Y la cabalgata se detuvo, y enmudecieron las trompas, y los lebreles refunfuñando, dejaron la pista a la voz de los cazadores. En aquel momento se unía a la comitiva el héroe de la fiesta, Fernando de Argensola, el primogénito de Almenar.
¿Que haces? – exclamó, dirigiéndose a su montero, y, en tanto, ya se pintaba el asombro en sus facciones, ya ardía la cólera en sus ojos. – ¿Que haces imbecil? ¡Ves que la pieza está herida, que es la primera que cae por mi mano, y abandonas el rastro y la dejas perder para que vaya a morir en el fondo del bosque! ¿Crees acaso que he venido a matar ciervos para festines de lobos?
– Señor – murmuró Iñigo entre dientes – es imposible pasar de este punto.
– ¡Imposible! ¿Y por qué?
– Porque esa trocha – prosiguió el montero – conduce a la fuente de los Álamos, en cuyas aguas habita un espíritu del mal. El que osa enturbiar su corriente, paga caro su atrevimiento. Ya la res habrá salvado sus márgenes; ¿cómo la salveréis vos sin atraer sobre vuestra cabeza alguna calamidad horrible? Los cazadores somos reyes del Moncayo, pero reyes que pagan un tributo. Pieza que se refugia en esa fuente misteriosa, pieza perdida.
– ¡Pieza perdida! Primero perderé yo el señorío de mis padres, y primero perderé el ánima en manos de Satanás, que permitir que se me escape ese ciervo, el único que ha herido mi venablo, la primicia de mis excursiones de cazador… ¿Lo ves… ?, ¿lo ves … ? Aún se distingue a intervalos desde aquí… las piernas le fallan, su carrera se acorta; déjame … déjame… suelta esa brida, o te revuelco en el polvo… ¿Quién sabe si no le daré lugar para que llegue a la fuente? Y, si llegase, al diablo ella, su limpidez y sus habitantes.
¡Sus, «Rélampago»! ¡Sus, caballo mío! Si lo alcanzas, mando engarzar los diamantes de mi joyel en tu serreta de oro.
Caballo y jinete partieron como un huracán.
Iñigo los siguió con la vista hasta que se perdieron en la maleza; después volvió los ojos en derredor suyo; todos, como él, permanecían inmóviles y consternados.
El montero exclamó al fin :
– Señores, vosotros lo habéis visto; me he expuesto a morir entre los pies de su caballo por detenerle. Yo he cumplido con mi deber. Con el diablo no sirven valentías. Hasta aquí llega el montero con su ballesta; de aquí en adelante, que pruebe el capellán con su hisopo.
Siempre quiso escribir Bécquer, LOS OJOS VERDES y no solo escribir, también pensó que un día quería pintar aquello que había escrito. Desgraciadamente, no pudo ser.
Literatura. Leyendas. Los ojos verdes. Gustavo Adolfo Bécquer
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